Don Quijote, legado de la edad de oro del ballet clásico, es un ejemplo conmovedor de cómo se retrata España en los ballets, con sus bailes de conjunto de torbellino, castañuelas, abanicos, faldas de lunares, rosas y peinetas. A pesar de su nombre, el ballet no es una adaptación de la novela de Miguel de Cervantes, sólo un episodio de las muchas aventuras del ingenioso hidalgo sirve de base para la historia y las escenas de baile. Se trata de la historia de la boda fallida del rico Camacho (Gamache en el ballet) con la bella Quiteria (Kitri en el ballet), que también es objeto de los afectos del aldeano Basilio (Basilio). Sin embargo, Don Quijote no es en absoluto el protagonista de la historia según los cánones del ballet. Su papel es sobre todo el de un artista de pantomima o un paseante escénico, mientras que todas las proezas de baile son realizadas por otros personajes.

Este ballet festivo, fogoso y virtuoso fue puesto en escena en 1900 (y trasladado del Teatro Bolshói de Moscú al Teatro Mariinski en 1902) por Alexander Gorsky a partir del ballet homónimo de Marius Petipa, que había engalanado el escenario de San Petersburgo desde 1871. El joven y apasionado coreógrafo Gorsky estaba muy influido por Stanislavski (que acababa de inaugurar el Teatro del Arte de Moscú) a principios del siglo XX. Para que el ballet fuera más «realista y veraz», convirtió el simétrico cuerpo de baile, tan habitual en las obras de su célebre colega Petipa, en una multitud juguetona, animada y alegre. Los primeros espectadores recordaban: «La multitud animada y apasionada de la plaza te hace creer hasta el delirio en el sol, que te enamora tan intensamente, se burlan unos de otros, persiguen a la belleza que corre, que se esconde detrás de su abanico...».

Gorsky mantuvo para su producción los contornos del libreto, la música escrita por Minkus para Petipa y muchas de las piezas coreográficas. Sin embargo, Gorsky reorganizó algunas de las escenas de la producción existente. Podría decirse que el Quijote moderno presenta las danzas más diversas del repertorio del ballet y aún pueden verse los ecos de Marius Petipa, Alexander Gorsky, Fyodor Lopukhov, que creó el fandango español «folclórico» en 1923, y Nina Anisimova, que añadió su versión de la danza gitana en 1946. Además, muchos de los bailarines que interpretaron el papel de Basilio pueden considerarse cocoreógrafos del protagonista. En muchas ocasiones, sus trucos e ideas destinadas a mostrar al propio artista en todo su esplendor se abrieron paso en las variaciones. Para los solistas, Don Quijote no es sólo una medida de virtuosismo, sino también una oportunidad de estar en medio de un juego, donde incluso el más pequeño de los papeles puede florecer en un colorido toque humorístico. Para los espectadores, esta producción, que presenta a partes iguales escenas costumbristas y cotidianas, coreografías de personajes y elementos puramente clásicos, es puro encanto por su generosa ración de baile y el ambiente de despreocupada fiesta.